lunes, 4 de abril de 2011

La Dama elegante

Corría el año de 1940, la ciudad de Chihuahua era una pequeña población.  Conservaba un fuerte sabor provinciano, característico de los centros urbanos de aquellos tiempos. Era una ciudad de proporciones caminables. En un letrero colocado a la salida de la carretera a Ciudad Juárez se podía leer “Chihuahua, ochenta mil habitantes.”
Angelina, una joven mujer, frisaba los diecisiete años, era obediente e ingenua, vivía de acuerdo con los cánones establecidos por aquella sociedad provincial, en la que las familias se conocían. Muchas de ellas Vivian en el centro de la ciudad, en viejas casonas de adobe, apenas modernizadas con los muebles y aparatos eléctricos de moda, especialmente los radios de onda corta y larga. Los teléfonos funcionaban con una operadora de la central y cuando uno levantaba el auricular, ella preguntaba: ¿A qué número desea hablar? Se le daba la cifra de tres dígitos y ella hacia la comunicación. Era un mundo de dimensiones profundamente humanas.
La joven Angelina había quedado huérfana de padre y madre cuando era muy pequeña. Su familia conformada por ella, su hermana Lilia y dos varones Vivian con una tía soltera, que se había hecho cargo a raíz de la muerte de los padres. Los frecuentaba la tía Nina, a quien apodaban así porque era la madrina de Lilia. Cuando llegó a la pubertad Angelina, junto con su hermana y otras compañeras de la escuela, gustaban de ir los domingos a la Plaza de Armas a platicar con muchachos de su edad. Sus parientes  no veían con buenos ojos esas libertades en quienes apenas empezaban a ser mujeres por lo que la madrina de Lilia discurrió que el domingo era un buen día para ir a limpiar  las lápidas de sus difuntos y así por la tarde, acompañada de su ahijada y de Angelina, caminaban, desde su domicilio en la calle Morelos 1005, hasta la avenida Ocampo y la recorrían hacia el sur, hasta Salir de la ciudad, para llegar finalmente al Panteón de Dolores. Éste se localizaba al cruzar la vía del tren, la avenida se convertía en el camino que conducía a la Fundición, una planta concentradora de metales, propiedad  de la American Smelting  Co., en el cercano poblado de Ávalos. El Panteón de Dolores era una propiedad privada y colindaba con el Panteón Municipal, ambos circundados por una barda de adobe.
Durante la larga caminata dominical, las muchachas no podían seguirle el paso a Nina, siempre se quedaban  atrás observando a las familias que, sentadas en sillas y mecedoras,  tomaban el fresco, luego de las calurosas tardes de verano, platicando a la sombra frente a sus casas.
-No se queden atrás- insistía Nina a intervalos regulares y esperaba hasta que las jóvenes la alcanzaban.
Finalmente llegaban a su destino y Nina se iba a la tumba de su progenitora, cargando una cubeta con agua, una escoba y un trapeador que conseguía con el encargado del panteón, y se dedicaba a asear el monumento.
Angelina hacia otro tanto con la lapida de su madre, ayudada por su hermana; pasaban las horas en esos quehaceres que para ellas resultaban tediosos. Al oscurecer, las tres mujeres salían del panteón cansadas y presas del miedo que se fueran a encontrar a La dama elegante.
Angelina recordaba que desde pequeña había escuchado platicar a Nina sobre lo que contaba la gente que Vivian cerca del cementerio: Por la vía del tren, que se cruzaba al regresar de la ciudad, se aparecía una señora muy bien arreglada, vestida de blanco.
Una tarde, cuando la joven terminó de asear el monumento de su difunta madre, se acerco junto con su hermana Lilia a donde estaba su tía y le dijo:
-Cuéntanos la historia de la dama de blanco que se aparece por la vía.
-Ahorita no tengo tiempo, no he acabado de asear la tumba de mi madre, será otro día.
Las dos hermanas, a quienes les aburría la estancia en el panteón, insistieron a una voz:
-Ándale, Nina, platícanos de esa señora, no seas mala.
-Bueno, siéntense aquí en la orillita de esta lápida sin subir los pies, acabo de limpiarla.
Nina se arrellanó al centro de la plancha de mármol y pronto las muchachas hicieron lo propio a ambos lados de ella. Angelina la observaba ansiosa, esperando que empezara a hablar.
-Como les dije, desde hace algunos años la gente de este rumbo cuenta que por las noches ven vagar a una dama ataviada con un vestido blanco y vaporoso; camina a lo largo de la vía como si buscara algo o a alguien.
-¿Nadie ha hablado con ella?- preguntó con ingenuidad la ahijada.
-¡Cómo crees! La gente la ve y se mete a su casa, pero desde la puerta o por las ventanas la observan pasearse por los rieles, Dicen que es una figura que por momentos destaca con increíble claridad y luego se pierde, como un fantasma, en la penumbra nocturna.
Nina continuó su narración con voz pausada, bajo la luz crepuscular que iba tiñendo con tonos rojizos aquel misterioso ambiente, con sus espigados árboles y tumbas:
-                     Una noche de primavera, dicen que era un jueves santo, transitaba un carro de sitio por la avenida Ocampo; regresaba de llevar un pasaje a La Fundición. Era cerca de la media noche, cuando el chofer vio a una mujer muy bien vestida, parada cerca de la vía del tren, que le hacía señas con un pañuelo en la mano. Acostumbrado a recoger pasaje por donde transitaba, dio un giro sobre la carretera, se acerco y detuvo el vehículo. Ella, sin decir palabra, abordó el asiento trasero y se acomodó con distinción.
-                     ¿A dónde la llevo, señora?
-                     Tengo que cumplir una manda, necesito visitar siete templos-contesto con voz amable.
-                     Vamos a la iglesia de San Francisco y de allí me lleva al de Santo Niño.
El conductor, un poco desconcertado, enfiló el carro hacia la población y procedió a cumplir el deseo de la elegante dama. La observó por el espejo retrovisor. No era de facciones propiamente bellas, su  cara no tenía nada de particular, pero su atuendo era muy distinguido, llevaba un bonito sombrero blanco y una pequeña sombrilla, pero sobre todo fue por el porte aristocrático de la mujer lo que más impresiono al joven taxista. Noto que con discreción se llevaba el pañuelo a los ojos, pronto se dio cuenta que lloraba en silencio, con sollozos que de vez en cuando afloraban de su pecho.
Llegaron a la iglesia, la dama se bajo del carro y camino por el atrio. El chofer no alcanzaba a comprender como iba a entrar al templo a esas horas, pensó que tal vez  sería amiga del párroco. Al poco rato a bordo de nuevo el vehículo y se fueron hacia el Santo Niño. Regresaron al centro, a la catedral, y luego se trasladaron a la capilla de Ntra. Sra. De Lourdes. Allí el joven taxista pretendió seguirla, bajo del coche y fue tras ella, escondiéndose entre los cipreses, pero ella se esfumo a media escalinata. El hombre sintió un escalofrió y opto por regresar al taxi. Al poco rato apareció la dama y se acomodo en el asiento; un discreto olor a nardos invadió el interior del vehículo. El cochero la miro a los ojos pero ella esquivo la mirada y le pidió que la llevara al Santuario de Ntra. Sra. De Guadalupe. Más tarde fueron al templo de santa Rita y finalmente al Sagrado Corazón que estaba en construcción.
Se dice que durante el largo recorrido la elegante dama no cesaba de llorar con un llanto contenido, que impresiono profundamente al chofer. Al regresar de su visita al séptimo templo, el conductor le pregunto:
-                     ¿Quiere ir a algún otro sitio?
-                     No es suficiente. Era una deuda que tenía que saldar, ofrecí hacer la visita de las siete casas si sanaba de una grave enfermedad. Por favor lléveme ahora al panteón de dolores.
El fatigado piloto sintió miedo cuando ella le menciono el destino, por demás extraño. Sin embargo, acostumbrado a recorrer por la noche los rumbos más insólitos de la ciudad con pasajeros de todas las clases sociales, se aboco a cumplir las instrucciones. Le intrigaba el deseo de la señora de dirigirse al panteón a tan altas horas de la noche, un lugar totalmente desolado en las afueras de la ciudad. No alcanzaba a imaginar donde vivía su extraña pasajera. Pensó que se alojaría en la casa del administrador del panteón, sin embargo no se atrevió a preguntar a pesar de que su piadosa cliente había dejado de llorar y se mostraba más tranquila. Llegaron a la puerta principal, el taxista detuvo el automóvil y, volviéndose hacia ella, le dijo:
-                     Son 50 pesos.
-                     Le voy a pedir un favor – contesto la dama con voz serena-. Olvide el monedero y mañana salgo fuera de la ciudad; vaya a mi casa y explíquele a quien le abra la puerta el servicio que me ha hecho, allí le pagaran la cuenta. Le dejo este añillo en prenda- dijo mientras sacaba del anular derecho una argolla de matrimonio-, entréguelo a quien lo atienda.
-                     -¿cuál es su nombre?, ¿su dirección?
Ella le dio los datos y sin decir más bajo del auto. Camino hacia la reja del panteón, la abrió, cruzo el dintel, cerró y se perdió en la oscuridad. El joven, sentado al volante, observo la escena sin mover el carro. Se quedo estupefacto por unos minutos, incapaz de creer lo que había sucedido. Todo fue tan sorpresivo y absurdo que solo entonces se percato de que aquello parecía surgido de un sueño. Le invadió un miedo extraño que le paralizo por un momento; finalmente pudo arrancar el vehículo, le temblaban las piernas.
 Al día siguiente se presento en el domicilio que le dio la dama. La casa donde toco el timbre era de una familia de la alta sociedad chihuahuense de aquellos años. Una joven con uniforme de servicio domestico salió a la puerta: -¿que se le ofrece?- pregunto en tono educado.
-                     Anoche transporte a una señora a varias iglesias de la ciudad y me dijo que pasara a cobrar aquí la cuenta, me dejo en prenda este anillo.- alargo la mano y le entrego a la muchacha un papel donde había anotado el nombre con la dirección, así como la argolla matrimonial. La camarera se puso pálida como un lirio y sin decir palabra se fue hacia la casa, llevando en el puño cerrado la prenda y el papel. Poco después salió un hombre joven que con voz agitada pregunto al visitante:
-                     ¿donde consiguió la argolla de matrimonio de mi madre?
-                     Ya le explique a la Señorita que anoche la lleve a varios templos y me dijo que pasara aquí a cobrar, me dejo la sortija para que se la entregara a usted a cambio del pago de los 50 pesos del servicio.
El joven, con la cara descompuesta por la angustia y con lágrimas en los ojos,   dijo con voz trémula:
-                     Mi madre murió hace más de un año de un mal incurable.
El taxista se quedo inmóvil por un momento sin decir palabra y finalmente se desplomo en el quicio de la puerta, víctima de un sincope cardiaco.

Versión escrita: Armando Gutiérrez Mares.

Extraido de: Nueve leyendas de Chihuahua, Jesús Chávez Marín, Editorial UACH 2010.

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